Valkiria (Capítulo 1)

20 de febrero de 2019.

Fotografía: Martín del Alcor

-Mírate… qué cara de bueno has tenido siempre, querido -dice Sonia Gasset mientras observa el cuerpo sin vida de su marido tendido en la cama.- Quién iba a pensar que acabarías así, con lo felices que podríamos haber sido tú y yo. Podríamos haber tenido hijos, ya sabes que me encantan los niños. Mi padre siempre decía que una casa sin niños es como un parque sin árboles, no tiene vida. Pero según tú, no era el momento aún. Teníamos que disfrutar de la vida juntos. Juntos, bastardo, pero se ve que no revueltos.

>>Ya me lo decía mi padre: «Sonia, no sé yo si ese tipo es lo que mereces, no me fío. Tiene licencia de armas sin ser policía ni guardia civil, ni militar ni nada de eso. No me fío». y cuánta razón tenía. Pero mira tú la paradoja, me ha venido bien que tuvieses tu pistolita. Lo ha hecho todo más fácil, aunque voy a tener que tirar el colchón y las mantas. Lo has puesto todo perdido, mi amor.

La cara de Sonia Gasset es una mezcla de cinismo y repulsión mientras le quita de la muñeca de su marido el Rolex de oro que le regaló por su aniversario de boda y lo guarda en su bolso al tiempo que saca del mismo su teléfono móvil.

Con la maestría que pudo tener la mismísima Marlene Dietrich en su papel en ‘Testigo de cargo’, Sonia Gasset cambia el gesto de su cara y su rostro se vuelve compungido de dolor al marcar el número de emergencias, y con el primer tono de llamada rompe a llorar desconsoladamente.

-112, servicio de emergencias. ¿En qué puedo ayudarle? -responde una voz sosegada por el altavoz de del teléfono.

-¡Mi marido está muerto! ¡Se ha disparado en la sien!

En dos ocasiones.

Fotografía: faradio35

En tres ocasiones mi vida ha dado vuelcos. En tres ocasiones he encontrado una mejor versión de mí mismo.

En la primera ocasión, lo vi claro, tanto que tardé menos de un minuto en darme cuenta de que mi vida cambiaría. Una melena oscura y larga, una rebeca naranja y corta y unos ojos oscuros que contaban mil historias con sólo mirar.

En menos de cinco meses, mi vida había cambiado. Una nueva versión mejorada de mí había nacido. Y no tengo nada más que decir sobre este tema.

En la segunda ocasión, el cambio era previsible después de nueve meses. Unos tres kilos de persona cayeron en mis brazos y en ese momento supe que ya nada sería igual. Sería mejor. Y acerté de pleno. Y seguramente seguiré teniendo más que decir sobre este tema.

En dos ocasiones mi vida ha dado vuelcos. En dos ocasiones he encontrado una mejor versión de mí mismo. A las dos ocasiones tengo mucho que agradecer, aunque muy poco con lo que recompensar.

‘Todo lo que sé sobre los dragones’, de Nerea Riesco.

 

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Fotografía: Faradio35.

Nerea Riesco no defrauda. Me vuelve a sumir en ficciones que podrían reflejar realidades tan ciertas como la vida misma. En este caso, lo hace en forma de relatos (treinta y tres, para ser exactos) agrupados en torno a distintos aspectos de la vida: sexo, amor, maternidad, dolor, aspiraciones y madurez.

Lo hace como nos tiene acostumbrados a través de sus best-sellers, cargando de personalidad a sus personajes y haciendo uso de una narración fluida, nítida y dulce, que consigue hacernos empatizar con cada uno de los protagonistas. Protagonistas que nos conducen desde el crítico momento del alumbramiento, pasando por el más tierno primer amor de Delfina en ‘Tu recuerdo envenena el pentagrama’, regalándonos la magia de los libros en la librería de Mario en ‘Ni colorín, ni colorado’, hasta sumirnos en la ternura de los recuerdos ya apenas olvidados en ‘El sauce de Valentín Díaz’.

Es uno de esos libros que siempre viene bien tener a mano cuando las obligaciones del día a día no nos permite dedicar a la lectura todo el tiempo que que nos gustaría.

Nunca

Fotografía: Faradio35

«Yo sé que nunca

besaré tu boca,

Tu boca de púrpura encendida.

Yo sé que nunca

llegaré a la loca

Y apasionada fuente de tu vida.

Yo sé

que inútilmente te venero,

Que inútilmente el corazón te evoca.

Pero a pesar de todo

yo te quiero.

Pero a pesar de todo

yo te quiero.

Aunque nunca besar pueda tu boca».

‘Nunca’, de Ricardo López Méndez.

Huele a primavera

Fotografía: Faradio35

Huele a primavera, pero la sensación es extraña. Rara. Tres semanas consecutivas de lluvia dan lugar a demasiado tiempo para pensar. Ni siquiera aquel José Arcadio Buendía pensó tanto en sus largos años atado bajo su árbol en soledad.

Soy mi propio Macombo. El árbol al que estoy atado se pierde en la lejanía. No es una cuerda sino una barra de hierro la que separa mi cuello de sus ramas.

Huele a primavera, pero la lluvia sigue trayendo fragancias de tierra mojada y tonos grises en un horizonte que se antoja tormentoso. Infinito.

Huele a primavera, pero en lugar de abrazos bajo un Sol templado, se vislumbra un brazo en alto que imita el movimiento de una espiga de trigo mecida por la brisa.

Huele a primavera, pero la sensación es extraña. Rara. La primavera no llega.

Costumbres

 

                            Fotografía: Faradio35
     Tenemos la mala costumbre de decir ‘te quiero’ a la ligera, tanto que al final se convierte en eso, una costumbre. Tan mala costumbre que cuando lo decimos de corazón, se nos nota en los ojos.

Placer

 

                                               Fotografía: Faradio35 

 

     Aparece tras pasar varias horas con él en las manos. Sosteniéndolo a pulso, tanto si estás tumbado cómo si vas paseando, sentado en un parque, en el metro…

Notas cómo se va haciendo presente conforme vuelan las páginas. Sientes su peso y cómo se te va clavando en la comisura entre el pulgar y el índice. El volumen de sus 550 páginas hace que intentes acomodarlo de algún modo, y, de repente, ese dolor y su enrojecimiento se convierten en placer.